domingo, junio 24, 2007

Regreso X





Martina acaba de salir a comprar cigarrillos.
Hoy no llueve.
En dos días se irá de viaje.
Deseos de conocer ciertas calles.
Le prometí que para la próxima me armaré de tiempo y viajaremos juntos.
Últimamente estoy demasiado ocupado rearmando proyectos.
Aún así me parecen actos perdidos, inútiles.
Me refugio en este sitio sin saber escribir, vomito cada palabra, unido a una emoción.
Me gustó anoche. Ella dejó de lado sus lecturas, prefirió quedarse conmigo haciendo nada.
Amarla desde la nada es mi descubrir el mundo sin necesidad de aviones.
Ella usa aviones sin embargo.
Creo que me mantendré en el mayor silencio posible.
Quiero detenerme en cada gesto suyo mientras fuma y bebe un sorbo de cualquier trago.
Escucharé sus planes, la ayudaré a verificar los datos de las ciudades que verá y no le haré preguntas.
Hoy no buscaré que vuelva.
No le besaré el futuro.
La amo a Martina, la amo porque no se sabe, con ella no se sabe.

jueves, junio 14, 2007

Graffiti

No me dan confianza las paredes con escritos. Hablan demasiado. No sé si dicen.
Cuando estudiaba diseño, ciertamente soñaba con tener una pared gigante sólo para mi y mis proyectos. Mi cabeza en ese tiempo, que no es mucho tiempo, vascilaba entre la necesidad de ser creativo y la oportunidad de ser visto en acción.
La verdad, no sé si soy bueno en lo que hago, hace mucho no me preguntaba si es realmente lo que deseo hacer siempre. Tampoco pretendo darle muchas vueltas a los años de universidad que ya murieron ni a mi actual trabajo en medio de computadoras.
La imagen se me ha distorsionado. Nada parece ser lo que creía que era. Ahora menos que nunca podría hablar de fe. Y aún así soy perfectamente capaz de pasarme la vida entera creyéndole a sus ojos.
Martina se seca el pelo, ni siquiera imagina que hablo de ella con un teclado, frente a un monitor. Pero acabo de memorizar sus relieves, dentro de ese gesto que hizo mientras cepillaba su pelo ondulado, parecía viento la fuerza del secador, parecía ser la mujer más hermosa e inalcanzable.
Jamás me atrevería a escudriñar en sus pensamientos. Me asustan los resultados.
No sé por qué recordé lo de las paredes. Son tan comunes esos telegramas públicos... sin pudor, como tener un diario de vida en voz alta. Tengo algo así aparentemente, aunque en el fondo nadie sepa de mí responsablemente, con el corazón en la mano, nadie me conoce. Pero no me molesta, ni siquiera me duele.
Martina se acerca, se ve inquieta, toma la guía telefónica busca un número. Almorzaremos pizza seguramente y yo estaré a su lado, recordando el resto de los años, riéndome de sus manías que se vuelven serias, hoy quiero quererla, amarla así como es ella, simple y enredada.
Olvidar las paredes escritas, caminar tranquilo, aunque no suceda.

miércoles, junio 13, 2007

Desvelado por siempre

Pues bien, he estado pensando en el azar. Me pasa que hace más de una semana, conciliar el sueño se me ha vuelto un juego de estrategia. Sin luz, sin bulla, sólo mi mente crujiendo y la respiración de ella al lado izquierdo de mi cuerpo. Pero esta vez, no me será posible aterrizar en su ombligo para hacer el papel de náufrago o conquistador de un Isla en forma de vientre. No quiero despertarla. Ahora mis conclusiones se limitan a un cielo raso a oscuras, recuerdos, planes, mi estómago vacío, una voz que es mi propia voz, hablando conmigo en tercera persona.
Poco a poco me he convertido en el testigo omnisciente de la historia que desayuno, almuerzo y ceno en una mesa de vidrio, un local de comida rápida (que por cierto ni siquiera me gusta), un bar. En cada una de esas intervenciones, me encuentro solo, con la barba recién afeitada, el pelo desordenado, la chaqueta que me regaló Martina hace años y ese par de zapatos que por más que uso nunca envejecen. Camino con las manos en los bolsillos, no miro a la gente que intenta atropellarme, aunque me gustaría ver hasta qué punto están dispuestos a hacerme creer que es mejor tirarme al piso, desarticularme quizás. Sigo caminando, con cara que tiene cualquier veinteañero con un futuro que desconoce, un pasado impertinente y un presente que cada vez existe menos. Soy sincero conmigo y con el testigo que todo lo sabe: me siento en el primer asiento que encuentro disponible (y sin huellas de palomas). Ya luego de tantos días, comprendo que de eso se trata mi rutina, que no tengo que interrumpirla. Ayer pensaba en eso, en mi resignación ante la inercia. Así que después del trabajo, salí a caminar hasta encontrar un nuevo asiento libre.
Con esto de no poder dormir me ha dado por volver a fumar y de paso tener algo más que compartir con Martina. Ayer, estaba ya sentado con un cigarrillo en la mano, sólo me faltaba encontrar el encendedor que para variar había perdido. Me puse de pie y caminé hasta llegar a un kiosco, pedí fuego a la mujer que atendía el negocio, le di las gracias y retrocedí al asiento que había abandonado. Pero ya no era mi asiento, porque había una chica ahí, sentada igual que yo me siento, buscaba algo en su cartera, parecía tener prisa. Me acerqué, quería ver su cara de cerca, todos sus gestos eran demasiado conocidos, su ropa, su manera de buscar. Por cada paso que daba, un nuevo golpe me hacía creer que ahí, en mitad del pecho había algo más que huesos. A un metro de distancia, la vi. Por primera vez la vi a ella, la misma chica que hace años practicó con mi sonrisa hasta hacerla indeleble. Martina, ella era, buscando sus cigarrillos rojos, con la chasquilla tapándole los ojos, vestida algo diferente, casi como en aquel tiempo en que nos conocimos en la universidad. Mujer, qué haces aquí, le dije. Ella me miró y sonrió como ya había sonreído al desayuno. “Me sorprendiste en mi banca preferida” y rió con las mejillas medias coloradas. Es el azar Martina. “Edgar, otra vez con eso, la suerte no existe”. Para ese entonces estábamos los dos en el mismo asiento. Y aunque ella no lo crea, para mí el encontrarla ahí, ayer, fue cosa de azar, de llegar al lugar preciso para recordar que no hay escapatoria. Martina forma parte de mi suerte.

viernes, junio 08, 2007

Se tropieza con la misma mujer

No hay como creerse importante en mitad de una mala escena de reencuentro.
Mi cepillo de dientes dejó de estar solo hace una semana y unas horas, tiempo suficiente para recordar a qué sabe vivir la misma vida de perro, combinada con el espacio que ocupa ella al borde de mi cama.No hay como su respiración marcando el ritmo de mis noches de desvelo. Prefiero quedarme quieto y mirarla en medio de la oscuridad, en vez de despertarla. Me intimida un poco esa facilidad que tiene para agarrar un sueño y no soltarlo hasta la mañana siguiente.
De cualquier modo me hace feliz que haya vuelto. Toca a la puerta, abro y me queda mirando con los ojos llenos de invitaciones; así lo interpreto y así le digo que pase, pero ella solamente me abraza, luego sonrie. Disfruta sintiendo que aceptaré sus regresos cada vez que haga falta abrir esa puerta, sólo porque no conozco otros ojos como sus ojos.Sé que pronto llegará esa tarde en que desee irse a algún sitio, lejos de mí. Sé que me quedaré aquí, en cuatro paredes, extrañando su perfume. Sé que volveré a esperar su llamada al borde de mi insomnio y que es más probable su regreso a su escape definitivo.
Por eso el reencuentro me resulta interesante desde cualquier punto de vista. Aunque ni ella ni yo seamos los mejores actores, pretendo jugar con el guión, para quedarme en la misma risa que usa desde hace años, los cordones violetas de sus zapatillas, su pelo recogido, sus ganas de volver, de empezar de nuevo.
No hay como aceptar y ser un idiota afortunado.