jueves, junio 14, 2007

Graffiti

No me dan confianza las paredes con escritos. Hablan demasiado. No sé si dicen.
Cuando estudiaba diseño, ciertamente soñaba con tener una pared gigante sólo para mi y mis proyectos. Mi cabeza en ese tiempo, que no es mucho tiempo, vascilaba entre la necesidad de ser creativo y la oportunidad de ser visto en acción.
La verdad, no sé si soy bueno en lo que hago, hace mucho no me preguntaba si es realmente lo que deseo hacer siempre. Tampoco pretendo darle muchas vueltas a los años de universidad que ya murieron ni a mi actual trabajo en medio de computadoras.
La imagen se me ha distorsionado. Nada parece ser lo que creía que era. Ahora menos que nunca podría hablar de fe. Y aún así soy perfectamente capaz de pasarme la vida entera creyéndole a sus ojos.
Martina se seca el pelo, ni siquiera imagina que hablo de ella con un teclado, frente a un monitor. Pero acabo de memorizar sus relieves, dentro de ese gesto que hizo mientras cepillaba su pelo ondulado, parecía viento la fuerza del secador, parecía ser la mujer más hermosa e inalcanzable.
Jamás me atrevería a escudriñar en sus pensamientos. Me asustan los resultados.
No sé por qué recordé lo de las paredes. Son tan comunes esos telegramas públicos... sin pudor, como tener un diario de vida en voz alta. Tengo algo así aparentemente, aunque en el fondo nadie sepa de mí responsablemente, con el corazón en la mano, nadie me conoce. Pero no me molesta, ni siquiera me duele.
Martina se acerca, se ve inquieta, toma la guía telefónica busca un número. Almorzaremos pizza seguramente y yo estaré a su lado, recordando el resto de los años, riéndome de sus manías que se vuelven serias, hoy quiero quererla, amarla así como es ella, simple y enredada.
Olvidar las paredes escritas, caminar tranquilo, aunque no suceda.

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