domingo, abril 29, 2007

Biblioteca Personal

No me gusta cuando ella cruza la puerta y con una sonrisa que bien podría iluminar el fondo del mar, se ríe un poco y saca de su cartera un nuevo cuaderno. Una vez más me veo sin saber qué responderle, sin alcanzar a recoger un poco de su alegría y reservármela para cuando ella encuentre ese lápiz que nunca encuentra donde lo dejó y se vaya lejos a escribir hojas llenas de nuestras horas pasadas, presentes, futuras.
Bueno y aquí me quedo, mudo y de brazos cruzados, delineando el último "concepto audiovisual" que me va quedando para fin de mes.
Luego ella se acerca, como si supiera ganarle a la gravedad, se sienta en mis piernas, toma mi cara con sus manos de mantel arrugado, sus uñas rojas y me da un beso capaz de dejarme en el último planeta del sistema solar, enamorado, como un chiquillo loco e impaciente.
Pero sigue sin gustarme que ella ame llenar bibliotecas con cuadernos llenos hasta más no poder de palabras y más palabras, todas privadas, secretas, sin siquiera tene run candado en el borde, sin una recomendación de ella para que no los abra y los debore. Es sólo que la observo tan ida, tan perdida en sus páginas cada vez que escribe, que prefiero quedarme lejos, dejarla que no venga hasta que se haya desahogado por completo y me regale otro beso.
Porque aunque amo la huella de su perfume cada vez que se esconde a deletrear historias, temo que un día cualquiera cruce la misma puerta de siempre y en vez de sacar un nuevo cuaderno de su cartera, saque un pañuelo blanco y me anuncie que la paz existe, que la guerra entre sus escritos y mi boca ha terminado. Que se queda con ellos, que se ha rendido a la gravedad, que no vuelve.

miércoles, abril 04, 2007

Feriado

Nunca comprenderé el color que dejaba en tu pelo el farol de la avenida. Parecías tener un aura indestructible, más fuerte incluso que tu rostro sin demostrarme demasiado. Todavía no te gusta sentirte vulnerable.
Tu forma de quitarle el peso al reencuentro, me embriagaba de una necesidad enorme de robarte un abrazo, esta vez sin la estrechez que requiere una despedida. Yo estaba de regreso y teníamos unas horas para recordar lo que aún no existía, lo inconcluso. Y de tu boca sólo salía el humo de un cigarrillo con olor a menta blanca.
Estabas distinta.
Tuve miedo de acercarme demasiado y decirte al oído una canción que ya no sonara como tu preferida, porque estabas a menos de un beso de distancia y aún así tocarte era una ingrata solicitud de recompensa por no haberme olvidado.
Tus ojos eran un incendio de hielo y tu risa de vez en cuando me hacía sentir que volver significaba algo más que un pasaje de fin de semana largo.
-¿Ya no me odias por haberme ido?
-Nunca te he odiado.