jueves, agosto 30, 2007

Estoy a medias en plena tarde

A ti, que no tienes nombre, que aún no veo:
Ven porque quiero recordar a el tacto de una piel que no sea la mía.
Sácame de estas ideas locas que tengo de irme lejos y borrarme el nombre.
Salirme de todo proyecto, toda iniciativa anterior al caos.
Creerme por un minuto algo más que un hombre.
Asaltar sorpresas, hacerte reír aunque te quede debiendo sonrisas.
Porque no sé quién eres ni dónde estás pasando las horas. No sé si existes más allá de esta frente que se enfría o de estas huellas que cargo y que nada de sentido tienen.
Necesito un par de ojos que justifiquen mi estadía en esta casa, cuando la ciudad prefiere no hacer bulla.
Abrazarme. Abrazarme y mirar el techo mudo, con insomnio.
Decadente.
Ven, porque espero aprender a desprenderme de tanto olvido.
Ven que aún es gratis dejar a medias los cigarrillos y los vuelos de las palomas.

domingo, agosto 26, 2007

Jeans gastados

Hola. Regálame ese saludo cada vez que te pregunte por la hora. Me recuerdas a la chica que hasta no hace mucho dormía en mi hombro; ese tiempo en que todo era una promesa a su perfume. Olía inolvidable, hasta tu hola.
Y qué más da, si no hubo llanto, ni portazos, ni mayor intensidad en el acelerador cuando me tocaba volver a casa. Carretera al bolsillo, me puse la carretera y todo ese kilometraje playero, en el bolsillo. A mi ya no me sobran excusas ni preámbulos... ya no estrujo las introducciones ni las practico en el espejo.
Tú, tienes cara de espontaneidad, además de desconocida. Quizás te he visto ya tantas veces, que sólo me ha quedado grabada una señal de "adivinanza". Tu rostro es cada vez que ríes, una nueva forma de memorizar detalles, emociones.
Aunque la palabra futuro me quede grande y a penas hoy me he atrevido a afeitarme la barba, te diré para la próxima, cuál es mi lugar favorito en la ciudad y si quieres pasear conmigo y regalarme unos relojes pausados.

jueves, agosto 02, 2007

Adiós

Segundo día de playa: caos.
Todavía tengo arena entre los dedos de los pies y de sólo sentir el roce, me duele la piel. Me gusta usar chalas en invierno, porque así tengo la impresión de que no hace frío, que me atrevo más a los días nublados, a la falta de vestidos en su cuerpo.
Como dato curioso, no he sentido hambre últimamente. Al menos desde que ella terminó conmigo, justo el primer día de playa. Y quién lo diría, si de haberlo imaginado años atrás, meses atrás, días atrás o cuando planeamos este viaje, de sólo ponerme en esa situación, me habría muerto o casi.
Pero sigo vivo. Sin sus labios, su voz, su secador de pelo en las mañanas, sus gafas que incluyen días nublados como este, su lunar cerca del cuello, sus brazos cruzados mientras espera que alguien la atienda en el kiosko de la costanera.
No lloré y no tuve ganas de lamer la sal de su cara. No quise correr a abrazarla fuerte para creer que seguía conmigo. Simplemente la dejé irse. Así de valiente o cobarde. No lo sé.
Desconozco sus motivos.
¿De qué servía conversarlo? si es justamente eso lo que he hecho todos estos años con ella. Conversar sus idas, sus regresos, sus problemas, sus ganas de no estar segura ni dispuesta, hablar de cómo se mide el amor en una balanza imposible.
Hablar estaba de más. Está de más ahora.
Quiero perderme de su lista de fracasos. Porque la amo y porque no espero soñar esta noche con la esperanza de que todo ha sido una mala actuación suya. Para ver mis reacciones, para asustarme, sólo eso, un susto, una pérdida falsa.
Este segundo día de playa, acabará sin ella, sin Martina caminando en la arena, corriendo para que las olas no la encuentren.